La mejora de la convivencia en los centros educativos, y de manera más concreta la implantación de la disciplina en el aula, son los puntos de partida más importantes a la hora de resolver los conflictos que puedan presentarse en las relaciones de los alumnos con el profesor, y de éstos entre sí.   Los conflictos dentro del aula son considerados por el estamento docente como una cuestión que distorsiona de una manera severa el proceso de enseñanza-aprendizaje,  y  suponen para los profesores un coste emocional importante.

En la actualidad cabe decir que el aula es un micro-cosmos que reproduce bastante fielmente el entorno social en que se halla, generándose en ella los mismos tipos de conflictos, explícitos o solapados, que existen en su ámbito social. Ante ellos el docente siente que, en ocasiones, está sin recursos efectivos para una resolución eficaz, y suele recurrir a estrategias de supervivencia o a alternativas que no mejoran, en lo sustancial, el clima adverso generado.

Los factores desencadenantes de este clima son, por un lado, de índole macrosocial, y por otro de carácter microsocial.  Pero en esta breve reflexión nos vamos a detener en lo que también es cometido ineludible del propio docente: la creación de un estilo propio para hacerse con los alumnos y manejar el aula  como grupo humano. No se trata de poner al profesor, en un reduccionismo ingenuo y doloroso, como causa general del comportamiento inadecuado de sus alumnos, sino de traer de nuevo a colación lo que, en cualquier sistema y circunstancia educativos, constituye parte de la esencia de los recursos psicopedagógicos que siempre han de estar obrando en esa convivencia del adulto y sus educandos. Traerlo, pues, al primer plano, para resaltar su transcendencia y su práctica.

La relación entre el grupo de alumnos y el profesor se establece a partir de la clara distinción entre las funciones y posiciones de cada uno de ellos.  El estatus del profesor es el de autoridad, dadas sus funciones de orientador, socializador y formador académico, y a partir de esta evidencia, cada profesor debe construir un estilo de relación en el que se asegure la mayor cercanía posible a sus alumnos, de modo que le permita, por una parte, adaptar su actuación a las peculiaridades de los mismos y, por la otra, facilitar al grupo y cada uno de los sujetos, las opciones de acudir a él para demandarle ayuda, reconocimiento y aliento. Como puede verse en este breve panorama de posiciones y papeles, hay diversas dimensiones en juego.  Desde la perspectiva de la comunicación, los vectores intervinientes se resumen en presión, atracción y descanso o relajación.  Con las habilidades del primero se estructura al alumno, la convivencia y el trabajo; con las del segundo se crean las variables que permiten al alumno y a la clase sentirse atendido y motivada hacia el esfuerzo en general; con las del tercero se modula y hace flexible el ritmo y la intensidad de todo el proceso.

Son, por tanto, los recursos de comunicación la herramienta esencial del docente para conducir los grupos-clase y obtener, a partir de ellos un clima de convivencia positiva en el aula.

D. Jesús A. Palomino

Consultor Senior EIM consultores